El suelo: un aliado para enfrentar el cambio climático

En el marco del Día Nacional de la Conservación del Suelo, la Asociación Argentina de Protección Profesional de Cultivos Extensivos (AAPPCE) junto al Grupo Agroecosistemas Sustentables (AGSUS) de la Universidad de La Pampa destaca la importancia y beneficios de su manejo sustentable para reducir los Gases de Efecto Invernadero.

El cambio climático global es uno de los desafíos ambientales más preocupantes que enfrenta la humanidad, generado por la actividad del hombre a partir de la era industrial, que incrementó el contenido de CO2 en la atmósfera generando un aumento de la temperatura global y fuertes cambios en el clima.

Uno de los componentes del suelo con mayor potencial para capturar y fijar carbono es la materia orgánica. 

La toma del carbono atmosférico por el suelo es conocido como secuestro de carbono y se presenta como una de las soluciones clave para la mitigación de los Gases de Efecto Invernadero. 

En la agricultura, el uso de estrategias de manejo sustentables genera un proceso beneficioso de incremento de captura de carbono en tierras productivas.

AAPPCE y AGSUS en alianza con la empresa UPL  implementan un programa de investigación y certificación de buenas prácticas y secuestro de carbono en campos agrícolas con el objetivo de generar alimentos saludables en la cantidad que la sociedad requiere.

Capturar y fijar carbono: un círculo virtuoso

Las plantas son excelentes fijadoras de carbono, y contar con cultivos saludables con altos rendimientos posibilita la captura de grandes cantidades. Aunque la agricultura produce emisiones asociadas al uso de combustibles e insumos químicos, éstas se relativizarían ante el nivel de productividad y beneficio ambiental del secuestro de carbono en lo suelos.

Según explica Elke Noellemeyer, investigadora en gestión sostenible de la tierra y el secuestro de carbono y directora de AGSUS: “Es importante comprender que el suelo y las plantas conforman un ciclo virtuoso para capturar y fijar carbono. A través de la fotosíntesis, las plantas convierten CO2 en biomasa, que luego se convierte en materia orgánica en el suelo”. Y señala que “en general hay una cuestión muy mal entendida: que la producción en agricultura va en contra de la naturaleza o contra la razón del suelo. No es así, cuanta más biomasa hay, cuantas más raíces hay, más carbono logramos tener en el suelo. Y para ello, necesitamos un suelo saludable”.

A nivel mundial, el 26% de las emisiones de CO2 generadas por el hombre corresponden a la producción de alimentos.

En Argentina, de acuerdo a datos de 2018 del Inventario Nacional GEI (Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero, Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Argentina), el 40% de las emisiones son debidas a la agricultura, la ganadería, la silvicultura, y cambios en el uso de la tierra.

Sin embargo, según afirma el Ingeniero Agrónomo Ramiro Oviedo Bustos, coordinador por AAPPCE del proyecto interinstitucional sobre secuestro de carbono de los suelos: “El valor de los datos de las emisiones está realizado sobre prácticas de producción que no tienen relación con la realidad de la actividad en Argentina. La cría de ganado a pasto, la siembra directa, los cultivos de servicio y la fertilización adecuada a los requerimientos de los cultivos son algunas prácticas de uso común en nuestro país que disminuyen las emisiones y colaboran con la fijación del carbono en el suelo”. 

La transición de una agricultura industrial a un sistema sustentable con foco en los procesos

Los escenarios de demandas socioambientales actuales interpelan revisar las bases y certezas que sostuvieron en las últimas décadas la producción de alimentos. Por ello, es de vital importancia abrir un espacio de aprendizaje y acción para diseñar y promover nuevos procesos productivos del sector que pongan al suelo como elemento central.

“El principal desafío que enfrentamos se relaciona al tipo de agricultura que se lleva adelante” asegura Elke Noellemeyer y señala “se trata de un enfoque que ha simplificado un sistema que en realidad es complejo por naturaleza. Todos los sistemas naturales requieren mantener esa complejidad para garantizar su resiliencia y esto implica la presencia de una diversidad de plantas que, a su vez, fomenta la diversidad de mesorganismos y microorganismos. Cuando se logra esto, el sistema se vuelve más resiliente y capaz de resistir los cambios”.

La agricultura moderna se ha basado en la aplicación de paquetes tecnológicos, asemejándose a procesos industriales (por eso también que se la conoce como Agricultura Industrial), ubicando en menor jerarquía la adopción de tecnologías de conocimientos para el manejo de suelos y cultivos. 

En este marco, en vía de transición hacia modelos de manejo basados en procesos –más que en insumos como única opción- adquiere especial relevancia el criterio científico y técnico y la importancia de ponerlos en acción a campo mediante protocolos validados. 

La importancia de la certificación: aquí se hacen las cosas bien 

En la búsqueda de soluciones efectivas para abordar el desafío del cambio climático, en el nivel micro  y práctico, es necesario el compromiso y la colaboración entre investigadores, asesores y productores. 

Estos actores desempeñan un rol crucial en el desarrollo e implementación de estrategias que promueven la captura de carbono en la agricultura como una de las posibles respuestas. En este sentido, el programa de certificación de buenas prácticas y secuestro de carbono, una alianza ente AGSUS, AAPPCE y UPL, se presenta como una herramienta innovadora y prometedora para impulsar prácticas sostenibles en el sector.

La iniciativa consiste en la puesta en marcha de un protocolo alineado con las directivas de la FAO: se realiza una medición objetiva de la huella o secuestro de carbono que se genera en los procesos productivos agrícolas, ganaderos y/o silvopastoriles en las condiciones de manejo actuales. Con este panorama “se proponen alternativas para disminuir el impacto ambiental y mejorar el balance de carbono, que impactará en una mejora de la productividad”, explica Oviedo Bustos. 

“En este proyecto hablamos de un ´proceso de aprendizaje´ porque la certificación se lleva a cabo de manera anual, lo que implica formarse constantemente. En el primer piloto, participó una cuota importante de integrantes de AAPPCE con mucho entusiasmo, quienes se capacitaron y obtuvieron la certificación para poder realizar las evaluaciones necesarias para la línea base”.

Las regiones agrícolas involucradas en esta primera etapa abarca desde el Norte, Centro y Sur de Santa Fe, Sur y Sureste de Córdoba, Norte, Oeste y Suroeste de Buenos Aires. 

El Ing. Agr. Diego Hugo Pérez, asesor de la zona Sur de Santa Fe, miembro de AAPPCE y participante del proyecto, destaca la importancia de este tipo de prácticas que permiten a los profesionales del agro “volver a las bases de la agricultura” y recuperar la mirada integral de la producción: “nos permite conocer a fondo los ambientes productivos y no sólo una situación de diagnóstico inicial sino de seguirlo a través del tiempo y volver a incorporarlo como un hábito. Al enfocarnos en optimizar nuestros procesos y adoptar prácticas más sostenibles, lograremos un sistema agrícola más eficiente, resiliente y productivo, lo cual constituye el verdadero beneficio a largo plazo”.

“Este tipo de certificaciones, ayuda muchísimo desde el punto de vista de sistema de producción como así también a tomar decisiones de corto plazo en acciones desde la estrategia de protección de un cultivo hasta el manejo de otro en particular, o cambios en el manejo del sistema como la densidad de fertilización, por ejemplo”, señala.  

Fijar carbono en el suelo se acopla al modelo de negocios de la empresa agropecuaria como incentivo y como  una realidad tangible, ya que mediante un sistema de bonos de carbono se ofrece una oportunidad para que los profesionales del agro y propietarios de tierras los vendan al mercado internacional.

Al respecto, Pérez asegura “las expectativas y motivaciones hoy de participar en estas propuestas no tienen que ver sólo con lo económico, esa sería la ´frutilla del postre.” Mejorando los procesos en el mediano plazo, como en este proyecto de 2 a 5 años que tenemos establecido, indefectiblemente los sistemas de producción van a tender a una mejora”. 

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